Hoy, 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia de Género, la catolicidad conmemora de qué manera una de la suyas fue sometida a la máxima violencia a la que una persona puede ser sometida, a morir torturada y, en parte, por el solo delito de ser mujer.
La memoria a la que me refiero es a la de Santa Catalina de Alejandría (siglo IV), mártir que pagó con su vida la intolerancia de los poderosos, en este caso del Emperador egipcio Majencio que no soportó que una mujer cristiana le venciera en los debates y que con sus argumentos lograra convertir al Cristianismo a los sabios de la histórica y culta Alejandría, ciudad famosa por su inconmensurable biblioteca.
Tradicionalmente ha venido siendo la patrona de los filósofos (por su capacidad argumentativa), de las jóvenes casaderas, barberos y de cuantos se relacionan por su oficio con las ruedas: carreteros, molineros, traperos, hilanderas, ciclistas, etc. La Universidad de París, la Universidad de Oviedo y la de Padua eligieron a Catalina como patrona.
En su imagen aparece junto a una rueda con cuchillas afiladas, instrumento martirial con el que fue torturada, con la palma victoriosa del martirio y, habitualmente también con un libro como símbolo de la sabiduría.
En cualquier caso, Santa Catalina siempre nos visita en este mes lluvioso y frío en que una de las mejores cosas que se pueden hacer además de arrimarse al ascua es, pues eso, sacar a la cochina y “martirizarla, pero sin debates ni nada, a la antigua usanza en los que no escapen ni los andares, ¿verdad?
Que Santa Catalina otorgue sabiduría (aunque sea una poquita) a los que más la necesitan y, entre ellos, esos en los que tú y yo estamos pensando.
En fin.
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Hasta el próximo jueves.
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