Traigo hoy al “Campanario” una de las expresiones más utilizadas (aunque quizás no conocida en su significado) de nuestro lenguaje coloquial. ¡Quién de nosotros no la ha utilizado en alguna ocasión ¡
Utilizada para ensalzar esa virtud tan codiciada que, al decir de algunos, es la madre de la sabiduría, nos pone como ejemplo a un personaje, quizás bastante más desconocido que la expresión que hoy “subo al Campanario”, Job, o mejor dicho, el Santo Job.
Job, protagonista (que no autor) del veterotestamentario Libro de Job, se supone que fue un héroe de la época patriarcal (Abrahán, Noé, Jacob,…) y que vivió en el sureste del Rio Jordán, en el país de Us. La tradición judía, cristiana e islámica lo ha considerado un hombre justo y paciente que supo responder a una gran prueba fruto del enfrentamiento entre Satanás y el mismo Dios. Satanás reta a Dios haciéndole ver que Job es justo solo porque la vida le va bien (era un hombre inmensamente rico) y está lleno de bendiciones.
Ante este reto, Dios le da permiso a Satanás para que pruebe a Job y solo le pone una condición: no puede quitarle la vida. Ante esta concesión el diablo comienza a actuar contra el pobre Job: enfermedades (sarna), el ataque de los enemigos a sus criados, la muerte de su ganado, la pobreza, el repudio de su mujer, la muerte de sus hijos,… Y a pesar de todo ello, Job persistió en su fe y obediencia a su Dios. ¡¡ Ahí es nada!!
Todo lo que se le recuerda a este “paciente santo” es aquello de que “si aceptamos de Dios los bienes, ¿Porqué no vamos a aceptar los males que El permita que nos sucedan?”.
Y, por todo ello, Dios le concedió a Job una larga vida (vivió hasta los 140 años), conoció a sus nietos, biznietos y tataranietos y tras una feliz ancianidad, murió lleno de alegría y paz.
En fín, ¡¡¡¡¡ paciencia, pero yaaaaaaaa …. !!!!!
Hasta el próximo jueves.